Cuaderno de campo, de María Sánchez, editado por La Bella Varsovia

Abejaruco en la fuente del Palomillo.


Finales de mayo. La vida y sobre todo la vivencia, la observación de la vida, la percepción. El agua fresca de la fuente de Las Jarcas a estas horas de sol. El trino perdido en el nogal. El hombre cargando fardos de hierba en su viejo R6 naranja. Saber que ha cogido avena silvestre para una potra joven.
“Un halo de luz o el simple destello que surge de una mano que comienza a escribir”: versos de María Sánchez en su ‘Cuaderno de campo’. Una alambrada oxidada, caída. Alguien ha olvidado el sentido de propiedad o ha comprendido que no hay que poner puertas al campo.
Y de nuevo el chorro de la fuente, y el trino, y la vida transformada en raudo vuelo de golondrina, porque la vida es ciega al destino. La vivencia estás vigilante, es callada resistencia.
En pleno subbética cordobesa.
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Primeros de julio. Arrulla la tórtola y el gazapo busca la sombra de la alberca. Trisan los abejarucos, posados en los alambres que en un tiempo llevaron luz a estas ruinas de cortijo. Su fuente, del Palomillo, sigue viva de milagro, con un último hilo de agua que no resistirá verano. “Al saber que cuando escasea la comida las aves ignoran los lamentos de las crías más débiles” de ‘Cuaderno de campo’. Pico largo para el aguijón pequeño y esos colores africanos que se zampan las abejas. “Soy la tercera generación de hombres que viene de la tierra y de la sangre”. Celebración de las vísceras, de las vendas, de la poesía. María Sánchez.




La alberca casi vacía de la fuente del Palomillo, este 2 de julio.

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