Las aguas salvajes del Cau
Es un tiempo
distinto el que pasa en esta montaña, con su espesura impenetrable y sus
alturas inabarcables. Subir al ibón del Cau es emprender un recorrido salvaje
en el centro del Pirineo. Al poco de comenzar la andada, uno vuelve la vista y
aparece Bielsa encuadrado en vegetación y rocas, bello y aun cercano. Pero
pequeño ante el dominio de la montaña. Los pinos, robles, abetos y hayas, nos
recuerdan a 2.858 metros y Punta
Suelza, a 2.972 metros ,
anuncian abismos expuestos a los vientos.
cada torcida del sendero, que uno no es de aquí, que ya ni los
ganaderos suben a las bordas pobres y abandonadas, a segar los pastos. Que el
rumor del torrente, con las grandes rocas arrastradas y los troncos partidos y
atravesados son testimonios de una indomable garganta que baja de la cubeta
glaciar del Cau, y los picos de Punta Fulsa de
Han pasado unos
meses de la subida, y aun perdura el arrobamiento. Y hay que sumar otros dos
intentos, y unos cuantos años pensando en las sensaciones de este lugar
encendidamente hermoso y solitario. Anduve por primera vez en 2006, acompañado
de Fran, era el penúltimo día de vacaciones y me llevé impresa en mi mente la
verticalidad del barranco. Regresamos con las piernas arañadas por las zarzas y
los endrinos que invadían el sendero. Hicimos solo la parte baja, convencidos
de que ese día no llegaríamos, pero nos apetecía aquel territorio auténtico.
Decidimos volver en un punto en el que vimos, justo en la orilla opuesta del
torrente, una pista, por la que volvimos a Bielsa. La semilla de los sitios
poco frecuentados estaba sembrada. “Garganta difícilmente penetrable. El
sendero de pescadores ya era difícil de encontrar y de seguir en 1993…”, cuenta
Miguel Angulo en el tomo tres de su obra enciclopédica Pirineos[1].
Volví. Lo hice
tres años después, en 2009. Subí solo a los Pirineos. Hice los 1.000 kilómetros
que separan mi casa hasta Bielsa, de un tirón. Bueno, paré para comer y comprar
algunos libros en Ainsa. Entre ellos ‘Ibones del Pirineo Aragonés’, de Javier
Cabrero[2]. Me
colgué la mochila y penetré esta vez por la pista. Eran las siete menos cuarto
de la tarde, cuando me puse en marcha. Plantaría la tienda cuando me
apeteciera, calculé un par de horas de caminata. Pero tomé la pista que me
elevó hacia el valle de más abajo, así que di media vuelta y casi era de noche
y empezaba a llover, cuando llegaba de nuevo a la pista principal, allí, al
margen del camino monté la tienda y me refugié de la lluvia.
La vegetación
húmeda aún, se hacía más verde y exuberante en la radiante mañana. Ascendía
intentando dar con el sendero estrecho que en algún punto, según mi mapa,
debería contactar con la pista. Pero iba cada vez más alto, hasta que comprendí
que aquel enrevesado territorio me la volvía a gastar. Así que unas
veces por
encima y otras por debajo de grandes troncos atravesados en el camino, fui
ascendiendo por el valle que lleva a otros ibones, los de Barleto. Se acabó el
bosque y por empinados pastos seguí subiendo, intentando flanquear la cresta
que se dirigía a Punta Suelza y llegar al Cau. Agotado llegué al mismo nivel
que la lámina de agua del lago alpino. Allí estaba el Cau, me separaba una
pared demasiado vertical, aunque vi hitos, pero no me atreví. Así que volví
sobre mis pasos. Acampé junto al bosque, uno de esos bosques sin rastro de alma
humana. Imaginé que era el bosque del urogallo y del mochuelo boreal…
El año pasado, decidí volver. Esta vez sin
pesadas mochilas. Subir acariciar sus aguas y bajar. Encontré esta vez, ocho
años después, el sendero más despejado y señalizado. Esto ocurre en el tramo
bajo. Cuando la senda se acerca al río de vez en cuando, a la altura de los
últimos prados, me perdía y volvía a localizar el sendero, esto me ocurrió
varias veces. Casi me gustaba esa sensación de que esta vez tampoco lo
conseguiría. No vi a nadie. Un mirlo acuático se posó en una roca en mitad del
torrente, hasta donde llegaba un rayo de sol, que lograba penetrar en la
espesura de pinos, abetos y hayas. Vi más arriba, en pequeñas repisas herbosas,
apolos soleándose. Era el ajetreo de la vida que no precisa de creencias ni
artilugios. Llegaba al circo glaciar, con los últimos pinos negros, cuando
descendía un grupo de tres o cuatro senderistas. Hasta llegar al ibón aún debía
remontar un último tramo, y recorrer varias elevaciones hasta el fondo del circo
glaciar, algo agotador a las tres de la tarde, con unas paradas entre manchones
de senecios pirenaicos.
Seis horas de
subida. Una lata de sardinas, allí arriba, un poco de queso, melocotón. Pasaron
tres jóvenes, con una bolsa llena de truchas sacadas del ibón. Una pareja de
excursionistas había llegado y también comía mirando al lago, a los paredones
verticales. Había sido costosa la subida. Y me quedaba la bajada.
Con el
cansancio, me puse en marcha, fotografiando un campo de Dactylorhiza maculata
en un tremedal, como una despedida de aquellos pastos. Compartí un poco de
camino con la pareja de excursionistas, que me adelantaron mientras, yo perdía
el sendero en varias ocasiones. Poco a poco fui más rápido, corriendo a veces,
los pies respondían enfundados en las botas. Las piernas se dejaban llevar, por
el camino tortuoso, atravesado por canchales donde me perdía, volvía a
recuperar la senda. Ahora iba por otra zona por la que no había subido, un
bosque mullido de pinaza, por la otra orilla del torrente. Corría por la
pronunciada pendiente, agarrándome a los troncos para frenar, para girar. El
sol entraba tenuemente por la enramada. Me lavé la cara en el agua fresca y abundante,
lanzándome chorros con la mano. Caminaba un poco, y corría de nuevo. Por fin había
llegado al ibón, y todos los intentos anteriores también habían sido preciosos.
Ahora tenía grabados por mucho tiempo los recovecos de estas montañas. Pasaban
las siete de la tarde, creo, cuando llegué al coche, en el aparcamiento de
Bielsa. Creí que había adelantado a los compañeros excursionistas, pero estaban
allí. Ellos creían que me había perdido. No me hubiera importado.
[1] Todos los Ibones del
Pirineo Aragonés. Javier Cabrero. Editorial PIRINEO. El ibón está a 2.308 metros , y 1.288 metros de
desnivel desde Bielsa.
[2] Pirineos, editorial SUA.
Tomo III, aparece además un detallado mapa de la zona. Uno ve ese mapa y ve
perfectamente sus pasos, crestas y sendas.
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