Prunus dulcis
De forma sutil,
poética, apta solo para atentos a las cálidas nevadas, cuando las produce el
viento. Así, una tarde de estas de marzo, comenzará la nevada blanca y algo
rosada, acompañada por un aroma meloso.
Grandes copos voltearán en el aire como
pétalos de almendro que son. Y de esta manera despierta a la primavera el
mediterráneo, domeñado por el hombre y donde siempre hay algo en flor, porque
nunca el invierno adormece de frío.
Espectáculo
botánico de estos retorcidos árboles, traídos hace miles de años, por el valor
de sus insuperables frutos, que habrá que recoger en septiembre. Dice mi libro
de árboles de Ginés López (en toda casa debería haber un libro sobre árboles)
que viene de algún lugar de las montañas de Asia central, donde
cerca
florecieron las primeras agriculturas. Prunus dulcis, que es su nombre
científico, también lo hay con frutos amargos, cargados de ácido cianhídrico.
Un veneno muy potente, a veces veinte almendras amargas pueden producir la
muerte de un adulto. Y el biólogo Alejandro Martínez-Abraín, escribe en
Quercus, que el almendro florece tan temprano, porque de forma natural vive
bajo un dosel arbóreo de los bosques asiáticos, así que aprovecha para florecer
antes que otros árboles lo oculten a los insectos.
Las puntas de
sus ramas se cuajan ahora de flores, haciendo de sus copas bolas blancas tan
llamativas, a cada curva del camino, que uno se para a hacer alguna foto y se
embriaga de los mismos aromas que llaman con amor a las abejas.
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