Las erebias, mariposas de los altos valles del Sobrarbe


 Los altos valles del Sobrarbe, desde el de Chistau al fronterizo de Pinarra, junto a la boca del túnel Bielsa-Aragnuet, son una delicia para las erebias, esas mariposas montañeras de color marrón oscuro, discretamente oceladas, con brillos azabaches y sobre todo verde oscuros misterioso. En agosto revolotean en busca de flores en estas laderas herbosas, donde el bosque ya se ha quedando abajo. Van en busca de flores, que prosperan junto a los torrentes de montaña o las que crecen en los senderos, como las escabiosas, sobre las que las he fotografiado en muchas ocasiones. También aquí tienen, las gramíneas donde pastan sus orugas, normalmente de noche, refugiándose de día en las mismas festucas, nardus o agrostis de las que se alimentan, poniéndose a resguardo de las bandadas de acentores alpinos o de las chovas piquigualdas.
Caminando por estos senderos, levantaban el vuelo a mi paso y se exponen a mi observación. Intento memorizar algunas de sus características, pero es imposible luego, frente a las guías de campo, dar con la ilustración correcta. Y ha sido la fotografía digital, la que me ha permitido disfrutarlas a posteriori, y atreverme con su identificación, no siempre fácil por la riqueza de sus variaciones y cruces.
 Ya en 2007, con una modesta Pentax, conseguí las primeras imágenes para el recuerdo y el estudio. Fue en el descenso del poco frecuentado ibón del Trigoniero; venteaba en la empinada ladera, bajo oscuras nieblas, sin apenas senda, cuando refugiada en el suelo, entre macollas de festuca, pude fotografiar una aterida Montañesa o erebia de montaña (Erebia epiphron) que no he vuelto a ver en las siguientes excursiones.

Al año siguiente, con una mejor máquina fotográfica, de esas de súper zoom y que enfocan a pocos centímetros, conseguí nuevas erebias. Justo en un valle inferior, el de la Barrosa, un valle de flores y mariposas,  magnífico con el morro del Robiñera, de 3.005 metros, imponiéndose al final. En la senda, extendida como una adoradora del sol, una Erebia hispania. En este mismo valle, pero en 2011, en una roca, repleta de líquenes, como una cartografía fantástica, engarzada como una joya, se exponía una Erebia cassioides, absorbiendo el calor de la roca. Cuántas especies, de estos discretos lepidópteros, como si cada montaña quisiera una especie para sí. Y en realidad, esto ocurre, porque cada gran cadena montañosa cuenta con la suya propia. En 2010, vuelvo a Pinarra, su fantástica cascada despeñándose al lado del túnel que nos lleva al francés valle del Aure, es una invitación, a recorrerlo, lo hice hasta el puerto de la Forqueta. Todo el rato volaban y planeaban Erebia cassioides, con sus soberbias alas desprendiendo irisados brillos o Erebia pronoe haciendo equilibrios sobre las flores. Qué fantástica y tranquila subida hasta el puerto, a más de 2.500 metros de altitud y festoneado por los últimos neveros del año. En este febrero, en que las escribo, sé que en forma de orugas, quietas, en completa oscuridad, hibernan las montañesas de estos valles, bajo un el espesor de la nieve.

En punta Lierga, en la pista que lleva al collado de Santa Isabel, entre el frondoso bosque de pino royo y los formidables paredones calizos, que terminarán más al oeste en el Cotiella, pasé un buen rato observando otra montañesa, vecina alada del pueblo de Saravillo, Erebia meolans, con mucho interés en como efectuaba su delicado posado sobre las flores, pero también atento a conseguir una toma de la cara inferior de sus alas, algo fundamental para identificar este género de mariposas, tan discretas por arriba como por abajo. En el descenso de punta Lierga, sobre la caliza, pude de lejos, captar una Erebia hispania. Esto fue en 2012.

En 2013, vuelvo a Pinarra, para encontrarme con las Erebia cassioides de años anteriores, y en la retirada, por la proximidad de una tormenta, una Erebia pronoe, refugiada entre las hojas de un franbueso, me avisaba del chaparrón. Las nubes oscuras y los truenos sobre nuestras cabezas nos invitaron a abandonar estas alturas pirenaicas, donde volveré, no para entender las erebias, sino para sentirlas. Para eso las escribo, y eso: que también las sientan, los que esto leen. 

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