Las erebias, mariposas de los altos valles del Sobrarbe
Caminando por
estos senderos, levantaban el vuelo a mi paso y se exponen a mi observación.
Intento memorizar algunas de sus características, pero es imposible luego,
frente a las guías de campo, dar con la ilustración correcta. Y ha sido la
fotografía digital, la que me ha permitido disfrutarlas a posteriori, y
atreverme con su identificación, no siempre fácil por la riqueza de sus
variaciones y cruces.
Ya en 2007, con
una modesta Pentax, conseguí las primeras imágenes para el recuerdo y el
estudio. Fue en el descenso del poco frecuentado ibón del Trigoniero; venteaba en
la empinada ladera, bajo oscuras nieblas, sin apenas senda, cuando refugiada en
el suelo, entre macollas de festuca, pude fotografiar una aterida Montañesa o
erebia de montaña (Erebia epiphron) que no he vuelto a ver en las siguientes
excursiones.
Al año
siguiente, con una mejor máquina fotográfica, de esas de súper zoom y que
enfocan a pocos centímetros, conseguí nuevas erebias. Justo en un valle
inferior, el de la Barrosa ,
un valle de flores y mariposas, magnífico
con el morro del Robiñera, de 3.005 metros , imponiéndose al final. En la
senda, extendida como una adoradora del sol, una Erebia hispania. En este mismo
valle, pero en 2011, en una roca, repleta de líquenes, como una cartografía
fantástica, engarzada como una joya, se exponía una Erebia cassioides,
absorbiendo el calor de la roca. Cuántas especies, de estos discretos
lepidópteros, como si cada montaña quisiera una especie para sí. Y en realidad,
esto ocurre, porque cada gran cadena montañosa cuenta con la suya propia. En
2010, vuelvo a Pinarra, su fantástica cascada despeñándose al lado del túnel
que nos lleva al francés valle del Aure, es una invitación, a recorrerlo, lo
hice hasta el puerto de la Forqueta. Todo
el rato volaban y planeaban Erebia cassioides, con sus soberbias alas
desprendiendo irisados brillos o Erebia pronoe haciendo equilibrios sobre las
flores. Qué fantástica y tranquila subida hasta el puerto, a más de 2.500 metros de
altitud y festoneado por los últimos neveros del año. En este febrero, en que
las escribo, sé que en forma de orugas, quietas, en completa oscuridad,
hibernan las montañesas de estos valles, bajo un el espesor de la nieve.
En punta
Lierga, en la pista que lleva al collado de Santa Isabel, entre el frondoso
bosque de pino royo y los formidables paredones calizos, que terminarán más al
oeste en el Cotiella, pasé un buen rato observando otra montañesa, vecina alada
del pueblo de Saravillo, Erebia meolans, con mucho interés en como efectuaba su
delicado posado sobre las flores, pero también atento a conseguir una toma de
la cara inferior de sus alas, algo fundamental para identificar este género de
mariposas, tan discretas por arriba como por abajo. En el descenso de punta
Lierga, sobre la caliza, pude de lejos, captar una Erebia hispania. Esto fue en
2012.
En 2013, vuelvo
a Pinarra, para encontrarme con las Erebia cassioides de años anteriores, y en
la retirada, por la proximidad de una tormenta, una Erebia pronoe, refugiada
entre las hojas de un franbueso, me avisaba del chaparrón. Las nubes oscuras y
los truenos sobre nuestras cabezas nos invitaron a abandonar estas alturas
pirenaicas, donde volveré, no para entender las erebias, sino para sentirlas.
Para eso las escribo, y eso: que también las sientan, los que esto leen.
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